Espectro autista: la sombra del diagnóstico

– J –
El diagnóstico de Patricia es lapidario, textualmente afirma: “Paciente de dos años, sexo femenino, con diagnóstico con trastornos del espectro autista (F84.9), (dificultades severas de la comunicación, no responde a su nombre, ausencia de señalamiento, hiperactividad, déficit atencional), asociado a retraso en la adquisición de las pautas motoras.
Examen neurológico y EEG normal. Se solicita iniciar trámite de discapacidad, a fin de asegurarle las terapias de rehabilitación, que debe realizar a saber:
– Psicomotricidad
– Fonoaudiología
– Musicoterapia
– Psicopedagogía”.
Tras el diagnóstico de trastorno del espectro autista, una de las terapias que se indicó y comenzó a realizar Patricia es fonoaudiología. Dentro de los objetivos que esta terapéutica se plantea desarrollar, están los siguientes: “Estimular de D.B.A. (Dispositivos básicos de aprendizaje). Estimular lenguaje comprensivo y expresivo generando mayor intencionalidad comunicativa. Aplicar Técnicas de Estimulación Oro Facial (T.E.O.F.) intra y extra oral para mejorar la sensibilidad y motricidad oral a fin de favorecer la deglución. Estimular los receptores profundos para lograr conciencia de esquema corporal. Propiciar un mejor patrón respiratorio y deglutorio”.
En las estimulaciones, ¿dónde está Patricia?
¿Es posible definir y determinar un diagnóstico como el “espectro autista”, sin considerar la historia familiar?
¿Se puede anónimamente determinar (descartando la singularidad) las rehabilitaciones, tratamientos y terapias a desarrollar?
¿Cómo habilitar un espacio clínico de una niña de dos años al omitir o prescindir del trabajo a realizar con los padres en relación a la propia historicidad y posición parental?
Aunque se crea que el autismo tenga una etiología exclusivamente genética (hecho no comprobado e inclusive refutado actualmente).
¿Cómo no considera los aspectos y factores denominados epigenéticos (el medio ambiente, la experiencia familiar, social, escolar, etc.)?

– K –
Patricia, inestable, deambula, camina, parece que en cada paso da un salto, saltica, va y viene en un andar indefinido, desorientado. De golpe, sin mediación se detiene, agita los brazos (como si fuera una especie de saludo o de pedido de auxilio), los sube y baja, parece buscar algo con ese hacer. Me detengo a su lado pero no alcanzo a vislumbrar lo que sucede, ella no realiza un gesto, ya que el movimiento no se dirige a otro, tampoco es una mera acción. Ante esta situación, procuro mirar lo que ella está mirando, en ese instante, sorprendido, registro que mira su sombra. Al moverse, la imagen coloreada de negro, se mueve.
La pequeña se siente atraída por el movimiento de la sombra que ella misma produce al agitar sin parar los brazos. Entre ella y el reflejo oscuro no hay ninguna mediación. El cuerpo se ha perdido en esa precoz fusión imaginaria. La sombra y Patricia comparten el mismo lugar, fusionadas son una, en un fragmento que se basta a sí mismo. Cristalizado en la movilidad sin luz, decanta miméticamente en ser lo mismo que produce.
Durante unos minutos, el tiempo se inmoviliza en la agitación inmóvil de una niña imantada por una imagen en la espesura negra de un hacer puramente mimético, indiscriminado e indiferente a cualquier otra experiencia a la cual puede ser convocada. El espacio se condensa en un tiempo detenido en la mismidad de lo siempre igual. Sin otro recurso, devorada por la sombra, queda absorbida en un agujero negro, del cual no puede ni pretende salir. El estupor del silencio dramatiza el consultorio.
¿Cómo intervenir en esta escena? ¿Se trata de recrear la sombra que nos asombra? ¿Si la imagen-sombra donde Patricia se refleja, la absorbe al modo de un agujero negro, es posible generar un puente, un atajo, para colocar otro color que engendre otra experiencia y, a su vez, resignifique la anterior?

– L –
Patricia se mueve, al hacerlo, moviliza la sombra, entonces procuro intentar hablar con esa imagen vestida de negro que no para de mirar: “Hola, qué divertida, cómo te movés… ¿Puedo agarrarte?… También tengo una amiga… Mi sombra… que quiere jugar y moverse con vos…”. Las sombras reflejadas en la pared, se tocan, superpuestas, parecen un collage, dinámicas, aparecen y desaparecen. Asimétricas, entre ellas parecen dialogar. Sin duda, la experiencia de una modifica la de la otra y viceversa, multiplicándose en el sinsentido que empieza a suceder.
Las sombras se trastocan en el borde intocable de otra escena, donde comienza a realizarse otra experiencia. En realidad, sucede lo imposible. ¿Es posible que las sombras dialoguen? ¿Hablen? ¿Jueguen? ¿Cómo personificarlas para que adquieran vida escénica?
Miro el reflejo de la sombra y a Patricia reflejada en ella, por un momento, logro captar la mirada de Patricia, entre ambos, dramatizamos cierta teatralidad, que realizamos a medida que el sinsentido comienza a jugar la nueva aventura: nos reímos de la sombra juntos, compartimos ese juego que jugamos sin saber a ciencia cierta dónde nos conducirá. Abrimos un atajo, una brecha, en la cual surge el humor y la sonrisa en el “entredós” de las sombras. Entre la mía y la tuya, emerge la “tercera” sombra (metamorfosis de las otras dos) del fugaz pero consistente encuentro.
Cuando Patricia queda imantada frente a la sombra, al moverse, la mueve, pero ese movimiento no produce plasticidad, ningún despliegue nuevo sino que reproduce la experiencia del sentido pleno. El movimiento de sus brazos perpetúa la existencia en la misma posición inmutable sin transformación ni plasticidad, lo sensoriomotor se banaliza en el goce sensorial. El ritmo inerme se acopla al cuerpo, ensombrecido por la sombra que opaca la luz efímera de Patricia.
A continuación, le propongo ir al pasillo del departamento, una vez allí, prendemos la luz, “mágicamente, aparecen las figuras de las sombras, las saludamos, nos acercamos y nos juntamos dando la mano, luego, volvemos a separarnos… la pared deviene pantalla de proyección de una superficie incierta pero veraz, la que constituimos en la escena con nuestros cuerpos produciendo formas-superficies reflejadas, o sea, una historia originaria de sentidos nuevos, que no sabemos próximamente cuáles serán hasta volverlos a jugar.
Las sombras se mueven, les ponemos palabras, entre ellas y nosotras circula la potencia de la imagen, anudados a los gestos investidos de afecto para renovar y poner en acto el despliegue simbólico de otro escenario. Patricia, ahora sí, por unos instantes, se transforma en titiritera de su propia imagen-sombra llena de vida. Esta imagen contrasta con la del comienzo, donde la imagen consumía y acoplaba en la alienación a Patricia. De a poco, ella, puede manejarla y jugar el sinsentido escénico. Teatralizar la sombra, dramatizarla, implica no estar absorbido del todo por ella, separarse, desdoblarse y hacer uso de la imagen del cuerpo en la ficción del encuentro.

– M –
¿Cómo hacer de una sombra un personaje de ficción?, o sea, que la ficción, al sinsentido transforme plásticamente a la sombra de ser una cosa oscura en un juguete para jugar el placer del deseo de desear, de realizar un gesto dado a ver a otro, que a su vez le devuelva otra imagen, y así sucesivamente, en la red de una serie innovadora de lo nuevo. En la experiencia, intento ubicarme entre ella y la sombra a través de mi propia sombra, para procurar generar un espejo de tal intensidad que multiplique otros en la diversidad. En el juego de las sombras, ellas se abren a otra dimensión, donde al reír, dibujar formas con el dedo, contornos hechos figuras, inventamos otra escena.
La experiencia enuncia el umbral de nuevos escenarios sensibles, que es preciso hacer y consolidar a medida que jugamos en el artificio móvil de la ficción en acto. Patricia, encerrada en la sombra, se refleja una y otra vez en ella misma, coagulada en la viscosidad de la imagen, se defiende, sufre defendiéndose de cualquiera que desee apartarla de esa soledad desolada, donde sin embargo existe en un “mí” sin yo, ni imagen corporal que logre cautivarla más allá de la sombra. Para que la experiencia de la sombra devenga personaje, títere, ficción, dejamos el “mí” de cada uno (personal). Éticamente es una desposesión, damos lugar para donar otra imagen, donde reflejarse en la plasticidad de la diferencia.

– N –
A los pocos días de esta sesión, Patricia se fractura un brazo. Ella no llora ni se queja de dolor. Nadie tampoco se da cuenta de esta situación. Al cabo de quince días, van a una guardia de un hospital, tras una radiografía, comprueban la fractura, como habían pasado varios días, el cayo del hueso no estaba ubicado correctamente, por lo tanto, le sacan el primer yeso para hacerle una dolorosa maniobra sin anestesia, con la finalidad de que el hueso se suelde adecuadamente, y posteriormente, volver a hacer otro yeso. Patricia, ante todo ello, no expresa dolor ni llora.
Al llegar al consultorio, comienza a realizar una escena nueva, se coloca frente al espejo, lo mira, se espeja en él. Agarra una caja de autos, saca uno y exclama en vos alta, gritando: “Guauuu… vida”, luego, deja el auto en el suelo. Sin dejar de mirarse en el espejo, nuevamente, saca otro auto y vuelve a decir: “Guauuu…vida”. Esta secuencia, en forma idéntica, se reproduce ininterrumpidamente durante varios minutos. Decido intervenir, mediar para dar lugar a otra experiencia o producir alguna diferencia en lo idéntico de la mímesis.
Me coloco entre el espejo y ella para intentar captar la mirada, sin embargo, casi no me mira. La mirada se detiene atrás en el espejo, otra vez exclama: “Guauuu… saca un auto…. vida”, al dejarlo, saca otro, pero esta vez, me anticipo y grito: “Guauuu… uyyy… muerte” y me pongo a llorar. Patricia, asombrada, reacciona, ahora me mira, creo que se sorprende y continúa reproduciendo lo mismo: “Guauuu… vida”… solo que empieza a estar atenta a mi actitud postural-gestual.
Toma un auto, grita: “Guauuu”… en el espacio de silencio, me lamento, lloro y digo: “Muerte”, toma otro, grita: “Guauuu”… pero ahora es ella la que hace el sonido del lamento, del llanto… a partir de ese momento, el “guauuu”, al tomar el autito, podía ser vida o lamento, llanto, muerte. No había ya una única relación unívoca, Patricia podía reaccionar contenta por la vida o triste por el dolor, el lamento. Cuando ella reproduce el “Guauuu… vida”, de modo indistinto, la experiencia se opaca en un único sentido, conforma una experiencia de la cual no puede ausentarse. El llanto, el lamento, la muerte, coloca un límite y, al mismo tiempo, coloca la diferencia.
En otro momento que se sucede al anterior, levanto un auto al que le falta una rueda, aprovecho para detenerme en ese detalle y decir: “Uyyy, como le duele… se lastimó”, miro su yeso y le digo: “Como te pasó a vos en tu brazo, ayyy, ayyy, qué dolor”. Patricia me mira, agarra un auto y grita: “Guauu”, generándose un silencio, expectante me mira, parece que quiere saber si exclamo vida, y se ríe, o llanto, susto o miedo. Explícitamente, me mira y dice: “Miedo, subte, tren, miedo”. Configuro el relato: “Ahhh, ¿te da miedo el subte? Es un tren que pasa por debajo de las calles, muy rápido, y a veces el ruido da miedo”. Rápidamente saca otro auto: “Guauuu, guauuu, guauuu”, reacciono con el llanto y el dolor, sale corriendo y de reojo, espera mi reacción. El mismo gesto puede significar varias cosas, algunas asustan, otras dan risa y otras, duelen.
Al terminar la sesión, bajamos por la escalera, ya que había un corte de luz y no funcionaba el ascensor, antes de salir, Patricia pide bajar con un oso de peluche (a veces se va y vuelve con él). Lentamente, al bajar, el oso se cae un par de veces hasta que llegamos a la puerta de entrada, el papá la está esperando, la recibe a ella junto con el oso, en ese instante, le cuento que el oso se cayó varias veces y necesita un yeso para curarse como Patricia y además, hay que pintar y dibujar ese yeso, tal como lo habíamos hecho también con ella.
En la próxima sesión, Patricia vuelve con el yeso dibujado igual que el oso, al ser curado jugando entre la mama, el papá y ella. Si al oso le duele y lo curan, ella también puede empezar a expresar su miedo, susto o dolor. No solo el dolor corporal, sino básicamente el de existir para otro que sufre como ella las contingencias de la vida, una caída, una lastimadura, un golpe o un tropezón, ponen en juego la imagen del cuerpo más allá de lo carnal. Los padres refieren que esa noche (la que le pusieron el yeso y lo curaron) durmió abrazada a él.

– Ñ –
Cuando un niño juega, el yo no es yo, supone un desdoblarse, un despliegue del yo sin “mí”, en el cual se suprime la realidad (en este caso, estática) y se crea otra realidad irreal e imprevisible que difiere del resto, por eso un niño nunca juega el mismo juego, aunque juegue a lo mismo. Patricia se mueve en el umbral, entre lo visible y lo invisible, donde encuentra la fuerza sensible de ser otra.
El placer del deseo de jugar en acto, gira, crea una potencia extática, se apropia del afuera para crear el adentro (la huella) que queda como memoria imperecedera, efecto de la plasticidad simbólica, aquella que origina el porvenir de la curiosidad, la abstracción y el pensamiento de lo nuevo. De este modo, Patricia rompe lo homogéneo (de la sombra, del “guauuu-vida”) y traza, tal vez, por primera vez, la heterogeneidad en la aventura de la experiencia infantil.

Esteban Levin

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