– X –
Tomás es un niño muy pequeño. Ha heredado de su madre una problemática genética, por la cual presenta una hipotonía generalizada, en especial en miembros inferiores y superiores. Todo lo cual ha retrasado el desarrollo psicomotor. Específicamente lo concerniente al funcionamiento de la función motriz, encarnada en la posibilidad de caminar. Los padres preocupados consultan porque su hijo no camina, solo quiere moverse de la mano de la mamá y al hacerlo: “Se siente muy inseguro”, afirma ella.
La madre, angustiada y preocupada, se ocupa de llevarlo para todos lados, nos referimos a los diferentes especialistas que ya lo han catalogado en diferentes diagnósticos y pronósticos que van desde retardo y debilidad del desarrollo, trastorno del espectro autista, pasando por el síndrome disatencional y el desalentador: “Dolencias progresivas musculares involutivas desmielinizantes”.
– Y –
Ante todo este panorama, cuando llega Tomás a la primera entrevista diagnóstica, decido bajar a recibirlo junto a un títere-pájaro para darle la bienvenida y comenzar a dialogar con él. El pajarito, sostenido en mis dedos, saluda desde el ascensor a Tomás, él está a upa de la mamá. Sorprendido por los gritos del pájaro, le llaman la atención los movimientos alocados que el títere realiza, invitándolo a pasar, jugar y mostrarle los juguetes que lo esperan arriba.
Tomás, riéndose, mira cómo el pequeño títere se esconde, hace gestos y sonidos divertidos, habla con Esteban, con su mamá, un vecino, que en ese mismo instante recorre el pasillo y sonriente, lo saluda. Junto al títere-personaje llamamos al ascensor, él con otra voz nos responde que está bajando. En ese momento, la mamá lo baja de su cuerpo y él queda parado, apoyado en la pared, en esa posición, espera que llegue el ascensor, al hacerlo, golpea la puerta, se apoya en ella y ambos procuramos abrirla.
Nos miramos, la mirada cómplice del “entredós” parece comenzar a conformarse, la gestualidad sostiene la escena. Noto la hipotonía en las piernas, aunque con dificultad y no sin torpeza, puede sostener su cuerpo. El eje postural se torna inestable, pero rápidamente logra compensarlo para no caerse, aunque el desequilibrio provoca que el cuerpo se torne presente e inhiba el movimiento espontáneo.
Entramos al ascensor, este es pequeño, la mamá lo apoya en una de sus paredes y él se sostiene sin la mano de ella. En el momento del ascenso, la vuelve a tomar pero logra sostener el eje postural-corporal. Mira al títere, que imita sus movimientos, sonríe. Todos sonreímos y hacemos el conteo hasta diez, con un cálido sonido, aprieto el botón y subimos hasta el quinto piso del consultorio. Tomi expectante, sin duda, está en la escena.
De la mano de la mamá, sale del ascensor y entramos, observa el espacio, los juguetes, una rampa de colores, la escalera, los aros, la colchoneta. Tomás se sienta junto a su mamá y, poco a poco, se aleja lentamente de ella, atraído por el títere que le propone moverse y jugar. Tomás, sentado, se mueve, por momentos con un incipiente gateo donde alterna un movimiento de las manos con el de los pies (anticipa de este modo la alternancia del caminar). La mamá queda muy sorprendida porque su hijo nunca se aleja de esta manera de ella… “Y mucho menos -afirma- en un lugar totalmente desconocido para él”.
– Z –
Indudablemente, a partir de la complicidad del encuentro, de la invitación a jugar junto al títere (que quería presentarle a otros amigos y otros objetos del espacio), Tomás podía tomar distancia de la seguridad de las manos de su mamá y comenzar a experimentar otra escena, en la cual no tenía que estar pendiente permanentemente de la motricidad sensorial-corporal, sino necesitaba estarlo del escenario que juntos inventábamos a medida que jugábamos.
Tomás mira el pequeño tobogán, sin dudarlo, se acerca a él (moviéndose sentado, apoya una mano y la otra, desplazándose hasta tocarlo). El pajarito lo acompaña y sube un escalón, él se incorpora, lo agarra y me lo da, el títere exclama: “Voy a volar un poco más arriba, ¿venís?”… “Te invito, vos también podés y después nos tiramos por el tobogán, Esteban nos va a ayudar”. Tomás no deja de mirarme, confirma lo que dice el pájaro y lo ayuda a incorporarse. Temeroso, se agarra de mi mano, de la otra toma el escalón, sostengo el eje axial para ubicar la postura y evitar desestabilizarse.
Tomás marca el tiempo, lentamente mueve un pie, se desequilibra, tiembla y logra con esfuerzo pasar a otro escalón. El títere lo alienta desde la rampa, hasta que finalmente, en el vértigo de la escena, sube los cuatro escalones. Se sienta lo más alto posible, desde allí, empuja el títere que festeja el momento de deslizarse, al caer al suelo, lo invita a realizar lo que él hizo, lo espera, Tomás nos mira, afirmo el gesto, se va soltando de la mano, que hasta ese instante los sostenía, y en ese umbral, se deja deslizar en el placer fluctuante de la realización sensoriomotriz.
Alentamos y festejamos el movimiento gestual e inmediatamente, con mucha más seguridad, vuelve hacia los escalones, me da la mano y repetimos junto al títere varias veces la experiencia escénica. Cada vez se trepa con más seguridad y prestancia (postural) y psicomotriz. Lo que más le cuesta es pasar los pies por delante para acomodar la postura y largarse por la pendiente, con muchas ganas, pese a la torpeza, lo logra y de este modo, con los pies dirigidos hacia adelante, juega a tirarse en un impulso jovial, que pone en juego el funcionamiento de la función motriz por el lado del placer en la gestualidad.
Tomás se esfuerza cada vez un poco más, desafía el problema genético, choca contra él, en la colisión de fuerzas encuentra y produce otra que lo mantiene expectante, deseante. De esta manera, gatea, se desplaza como puede hasta una pelota, luego hacia una que para él es “gigante”, explora el contorno, como puede la empuja, golpeándola con las dos manos y llega hasta la mamá, ella (tras un gesto afirmativo) se la vuelve a lanzar, el títere la reclama, la busca y la vuelve a lanzar… juntos los cuatro (Tomás, la mamá, el títere y Esteban) juegan con el movimiento de la pelota, el ir y venir teje puentes abiertos al encuentro con el otro y a lo divertido, lo nuevo, que puede suceder al arrojar la gran pelota acompañado de sonidos, ritmos y gestos.
– A –
En el consultorio hay una pequeña rampa, seguida de un cuadrado y una pequeña escalerita de tres escalones, el colorido material, blando, acolchonado, está preparado para evitar cualquier golpe que podría lastimar en caso de una circunstancial caída. La calidez del material invita a jugar con él. A continuación, el pájaro-títere se ubica en la rampa y le pide ayuda porque le daba miedo bajar por ella. Entusiasmado, Tomás va a su “rescate”, gatea, vuelve a la rampa, lo agarra, va al cuadrado y baja por los escalones con el mismo gateo, al llegar al último escalón, apoya las manos en el piso, vacila, con un movimiento gestual me mira, gira la cabeza, al mirarnos, se anima a continuar, coloco mi mano para evitar cualquier golpe, le explico que lo voy a cuidar para no caerse, lentamente mueve un brazo, luego el otro, logra bajar al piso con el títere. Al hacerlo sonríe y vuelve a comenzar otra vez, jugando con el pájaro, que se esconde tras una pelota, se sube a un aro o pide ayuda porque no sabe cómo salir del escondite y le da mucho miedo.
En un momento, el títere se cae, llora, reclama una curita… voy a buscar el “maletín del doctor”, juntos lo curamos y le colocamos en el ala una curita para cuidarlo y seguir volando. La fantasía moviliza la realidad, la desfigura, y al mismo tiempo coloca otra escena en juego, ella se articula en el placer del movimiento gestual. Entre lo sensorio y lo motriz, se inscribe el placer del encuentro relacional con el otro. Tomás repite el placer del deseo de jugar, subir y bajar por la rampla, el cuadrado y la escalerita, lo hace cada vez diferente, en la diferencia está atento a lo que va sucediendo a medida que lo experimenta.
La experiencia que produce Tomás sostiene un ritmo, una musicalidad, en esa trama; mientras que está jugando, miro a la mamá, ella está mirando la escena y veo que con alegría está llorando, llora contenta, las lágrimas maternas por el logro de su hijo transmiten el don, invisible y sensible a la vez, impulsa el deseo de continuar jugando la fantasía real que se pone en escena. En la complicidad del espacio compartido, baja gateando por la rampa, encuentra una pelota, se la tira a la mamá, ella me la da, luego el títere la toma y se la tira a Tomás. De este modo, va y viene junto al deseo de cada uno de encontrarse con el otro.
– B –
La pelota va para el balcón, la voy a buscar, sin embargo, él gatea para llegar antes, la toma y la vuelve a tirar. Al hacerlo, gatea hasta un enrejado que protege la estufa, se agarra de él, lentamente se trepa hasta quedar parado, tomado de esa red de protección. Titubea, la agarra y la suelta, suelta una mano y la otra continúa con fuerza agarrada para no caerse, a dos pasos, estoy con la pelota que se había dirigido hacia allí, Tomás me mira, nuestras miradas se tocan en un espacio intocable, intangible pero real. Ante la expectativa encarnada en la mirada, exclamo: “¿Tomi, te tiro la pelota?… así podés patearla… Dale… A la una… a las dos… y a laaas… tres” y la lanzo.
La pelota gira hasta alcanzar sus pies, él calcula y cuando llega la patea, sonríe y grita al unísono: “Goool, goool, goool… Golazo” -afirmo con todo mi cuerpo e instantáneamente abro los brazos-…”. “Un abrazo”… Se produce un compás de espera… muy despacio, abre la mano, se suelta del enrejado, la apertura de la base de sustentación de las piernas se amplía (los pies hasta la rodilla tiemblan un poco). Sin dejar de mirarme, exclamo: “Si Tomi, vení a festejar”… sustenta el eje postural en la bipedestación (comprueba que sus piernas lo sostienen sin caerse)… mueve una pierna… da un pequeño pasito… luego otro… y otro… continúo con los brazos abiertos, me acerco un poco y llega al abrazo, el gran festejo del golazo.
Espontáneamente de mis brazos lo llevo a la pared, apoya las manos y se desplaza hacia el enrejado. La mamá junto al títere-pájaro festejan, Tomás señala la pelota y vuelve a repetir el gesto. “A la una, a las dos… y a laaas… tres”, pateo la pelota, él, tomado con una mano de la red, la devuelve, grito gol, gol de Tomi, él cada vez más seguro, se suelta y viene al festejo. La escena adquiere textura, color, gestualidad, en un ritmo cómplice enmarcado en el placer del deseo de hacer y jugar con la pelota. Hacer el gol y caminar para patear y festejar los goles confirman el uso de la imagen del cuerpo más allá del órgano motor. En ese ritmo actuante, la mamá aplaude y grita también el gol, Tomás gira, se suelta de la reja y va caminando unos pasos hacia ella, que lo recibe con los brazos abiertos. Él habita en el abrazo compartido.
– C –
Tomás, a partir de su problemática genética (hipotonía generalizada), crea sus propias imposibilidades, inhibiciones y defensas frente a un cuerpo-organismo que no le responde y lo torna inestable. Al brindarle un espacio diferente, vía el títere, el cuerpo, el espacio hospitalario, el ritmo en el “entredos” transferencial, crea al mismo tiempo la posibilidad de lo imposible. Inventa un puente, un atajo, a través del gol, la pelota (identificándose con el papá que siempre le juega al fútbol) para olvidarse del peso de la hipotonía de las piernas, del síndrome genético y sus secuelas y mirando el deseo del deseo del otro (títere, pelota, mamá, Esteban), se lanza a caminar, al despliegue del funcionamiento de la función motriz donde se liga lo sensorio en el placer de lo psicomotor sustentado en la imagen corporal.
Comenzamos con Tomás a upa de su mamá, el peso del cuerpo reflejado en la hipotonía, mantenía viva la problemática genética, y hacía que la misma adquiriera cada vez el sobrepeso propio e impropio de la patología en cuestión. Lo corporal, ubicado en el lugar de lo ordinario (de lo que tenía que ocurrir), devenía tensión paradójicamente dramatizada en la generalizada hipotonía, sostenida en ella, el eje axial postural, estaba en un verdadero de dehiscencia sin sostén simbólico ni imaginario. A partir del nuevo escenario, del “entredós” cómplice transferencial, lo ordinario se transformó plásticamente y devino extraordinario, escénico. Podríamos interrogarnos: ¿Qué es ese extra (de lo ordinario) que a partir de allí se pone en juego?
Indudablemente, podríamos pensar en un cierto plus que sostiene la escena, lo denominamos el “plus del don”, que se produce en el ritmo de la experiencia escénica, como una verdadera producción de plusvalía, pero no por el lado del valor económico, del valor de cambio, como lo planteó Marx, sino por la transmisión de la donación que circula en el espacio del “entredós”, el cual excede la acción de caminar (el hábito ordinario), para introducirse en lo extraordinario de la aventura, del acto gestual alojado en la hospitalidad del don, necesario para que Tomás acepte caminar en función del deseo propio, encarnado en el deseo del otro.
La experiencia del don no es calculable, así como tampoco es algo que se tiene, es una probabilidad en potencia, no se puede reducir a la razón o tan siquiera a un pensamiento, no es una sustancia que habita en un órgano o en un lugar determinado, justamente es la potencia de lo indeterminado. Es el vértigo de lo extraordinario, lo insólito del plus que sorprende y trastoca, transforma lo imposible al producir un acontecimiento, como en este caso la experiencia de sostenerse en sus piernas pese a su hipotonía y por primera vez en su vida, caminar.
El don no es simétrico con respecto al niño y nunca es una ganancia, en realidad es lo que se pierde en función al deseo de desear, en este caso, que Tomás llegue a caminar, en la complicidad de la ficción, creada para hacer el gol y festejar el golazo de triunfo. Conquista emergente de un sujeto por fuera de cualquier síndrome genético u orgánico en cuestión.
– D –
Si seguimos pensando en el concepto que acabamos de proponer: el plus del don, se produce un salto, una diferencia a partir del acontecimiento de lanzarse a caminar. Para Tomás no es meramente cuantitativo, sino fundamentalmente cualitativo. Por ejemplo, entre la función motriz y su funcionamiento se genera una diferencia encarnada en la gestualidad. El gesto como don, ofrecido al otro, da lugar a que circule el afecto hospitalario de la relación transferencial, por un lado se desacredita la organicidad de lo puramente mecánico-motriz, por otro lado, provoca un excedente, un más allá del hábito mecánico de caminar, donde se juega la significancia, el sentido del gesto en un niño. Todo lo cual inviste la postura con el placer de la realización en el nacimiento del acontecimiento.
La pluralidad del don es un “plus” en suspenso, no se tiene, se dona en la experiencia sorpresiva del “interior” del “entredós”, donde podríamos decir que 1+1 no es nunca igual a dos, sino a 3 o a cualquier otro número incalculable por la lógica formal. Pues para Tomás se trata de habitar la subjetividad que él pone en escena.
Para dar un breve ejemplo, el color verde se produce en el “entre” del amarillo y el azul, nunca será el mismo verde, pues el cambia según se mezcla y cada vez no ocurre de la misma manera, pero para que el aparezca, los otros dos colores tienen que desaparecer, perderse para que el verde sea posible. El verde es la imposible posibilidad del amarillo, más o menos, el plus azul. Es el “entredós” (entre Tomás y Esteban) el que causa el deseo de desprenderse del sostén (material) para sostenerse en la bipedestación, olvidarse de las piernas y jugar el festejo del gran gol.
El golazo de Tomás nos causa a los dos, a él le ofrece otro espejo deseante donde reflejarse y a Esteban lo refleja como sustento simbólico del nuevo acontecimiento subjetivo. No olvidemos que ningún espejo refleja el “entredós”, esta es la causa del deseo por el cual un niño se lanza a caminar por el plus del don, que da lugar para que aparezca un sujeto, y al jugar a hacer un gol para festejar, y, de este modo, vencer la discapacidad.
Esteban Levin