Del dolor a la creación de un secreto: el enigma de Tamara

-K-

Cuando los papás de Tamara llaman para una consulta diagnóstica, la angustia desborda el teléfono. El tiempo se detiene como un relámpago agota el espacio: “Esteban te llamamos porque queremos que veas a nuestra hija, ella es muy chiquita, no habla, generalmente está sola, como que no necesita de otros…lo que más nos preocupa es que se golpea la cabeza contra el piso, una puerta, la ventana o cualquier cosa que este cerca, en especial cuando le decís que no a algo que ella quiere. En ese momento reacciona violentamente golpeándose la cabeza, la frente, la nuca, se da fuerte contra cualquier cosa…”. 

Tamara no habla, la gestualidad entristecida enmarca la tensa postura. “En la consulta neurológica la médica nos dijo que era un Trastorno del Espectro Autista…estamos preocupados, desesperados, por eso decidimos vivir a verte para que vos nos orientes. No sabemos en realidad que tiene, tampoco que hacer, nunca nos pasó con nuestros otros hijos, sus dos hermanos. ¿Hay que hacer algo?…¿La dejamos?…¿La retamos?…Tenemos miedo de hacerle mal”.

La sensación de perplejidad inunda lo que siento, difícil desligarse del relato. El sufrimiento del otro nos sufre, entramos en él, ¿acaso es posible no entrar?. Si queremos humanizar en golpes, ¿es posible hacerlo si no nos duele?….sin conocerla todavía, me duele el golpe de Tamara…el tiempo parece fijarse en la dramática de la escena. 

-L-

La madre se quiebra, llora desesperada, desesperanzada, la angustia repercute en el aire, siento en el cuerpo la conmoción del silencio entrecortado en lágrimas… sin pensarlo, pienso ¿Qué es una lagrima sino el dolor del otro encarnado en una gotita de agua?. El vacío se llena de dolor, languidece la esperanza. Reacciono: “Marquemos un horario, me encantaría conocer a Tamara y ver si puedo ayudarla a ella y ustedes en este momento. No voy a tomarle ninguna prueba, ni hacer ningún test, solo quiero conocerla y para ello voy a intentar relacionarme con ella, con lo que está pasando a través de aquella experiencia que surja en el encuentro.

La primera vez que veo a Tamara, ella está a upa del papá. La cabeza levemente recostada en el hombro, escondida entre los brazos decanta en el cuello y postura paternal. Ante esta actitud juego a que no puedo verla, la busco, pero no la encuentro, giro varias veces alrededor del papá hasta que en uno de esos giros nos cruzamos las miradas. Registro la tensión de la cautela, una cierta vergüenza vacilante deja entrever una sonrisa tenue que se esconde nuevamente. 

Los niños nunca nacen jugando, para hacerlo el otro (encarnado en la madre el padre, los adultos, los hermanos) tendrán que jugar con ellos. Lo hacen con el cuerpo, la palabra, que constituye el campo y el tiempo de la ficción en escena. El otro desea al jugar, lo alimenta y cuida, se trata del don de amor al hijo, pero hay un momento en el cual ese otro se ausenta, el pequeño tiene que esperar la llegada, las sensaciones corporales comienzan a tener un lugar central. De algún modo ocupan el vacío, la ausencia de plenitud conforma el entretiempo constitutivo es la ocasión de la experiencia corporal investida del don del deseo encarnado en la caricia y la palabra. Los primeros cristales del tiempo instituyen el umbral del placer corporal, no como cuerpo – cosa, sino como sujeto. 

Los movimientos corporales son un enigma sensitivo que lo lleva a explorar a ello que siento al unísono es, ritmo sensible y constante a la vez del deseo de desear que configura la plasticidad temporal de lo infantil como gesto cómplice y revolucionario en tanto diferencia y heterogeneidad. 

-M-

Tamara ha sido muy deseada y demandada, sus padres y hermanos esperaron mucho que llegara (luego del nacimiento de los dos primeros hijos, recién tras años de intentos, vuelve a quedar embarazada). Desde el inicio la pequeña se convierte en el centro del amor familiar. Comporta la mirada, la palabra y el deseo de todos. Cuando comienzan a ponerle algún limite, ella se opone, solo quiere hacer lo que quiere, y si no, reacciona golpeándose fuertemente la cabeza contra cualquier superficie sin registrar el mínimo dolor. 

En las sesiones junto a los padres, Tamara no habla y la experiencia lúdica se empobrece en el hacer sensoriomotor de abrir o cerrar la puerta de una casita de juguete, vestir o desvestir una muñeca, lanzar pelotas, mover juguetes, tirarse por un pequeño tobogán…los papás predispuestos le ofrecen juguetes, objetos, libritos. Ella los toma, parece jugar pero finalmente no lo hace. La acción pierde riqueza, languidece en si misma, sin mucha relación con el otro. 

En varias entrevistas con los padres surge el tema de los límites. La mamá cuenta que luego del destete Tamara continúa buscando y tocándole el pecho en distintas circunstancias y que ella duda si dejarla o no pero finalmente cede. 

Recalco justamente la vacilación en el límite, esa es una de las dificultades para reposicionarse y producir algún cambio. Los papás concuerdan con esta idea y de allí en más, ante la oposición de la mamá, la pequeña se ofusca, protesta, pero en vez de golpearse, por primera vez empieza a decir “mamamama” para dirigirse a ella y llamarla. El tiempo del no habilita que la demanda circula en otra legalidad donde lo corporal contenido en el deseo y la prohibición, abren a su vez la posibilidad del lenguaje y la apertura de otra posición. 

-N-

En las sesiones Tamara va y viene por todo el consultorio, los papás participan, la acompañan y por momentos juegan con ella. Les llama la atención una marioneta de pinocho que adorna un estante del consultorio. Al verla, dirigiéndose a ella, decido otorgarle vida. Muevo los hilos y encarno al personaje que quiere hacer siempre lo que ella hace, tocar lo que toca, mover lo que mueve. Tamara la mira, sonríe, agarra los hilos que sostienen la estructura corporal de madera y al enredarse pide que la desenreden. 

Desdoblado en pinocho, ante el pedido exclamo: “Gracias Tamara, ahora me siento mejor. Me enredé y no puedo moverme” …el muñeco nos acompaña al tobogán, se tira, ella hace lo mismo. Luego sube a una pequeña rampa, baja y se vuelve a enredar. Tamara atenta, no deja de mirarlo, pinocho reacciona frente a la dificultad, le tomo la cabeza y a propósito lo golpeo contra la pared, mientras quejándose exclama: “Me caí, estoy enredado, uyyy…uyyy…”. Al decirlo hago que se golpee la cabeza contra el suelo. Los papás reaccionan, “No pinocho, no lo hagas que duele”, dice la mamá y el papá afirma gestualmente, al mirar la escena grito: “que dolor, no Pinocho no, me duele a mí, ay, ay, como me duele, ay, ay”.

Tamara, participa de la escena, finalmente logramos desenredar los hilos y se lanza “libremente” por el tobogán. A continuación, ella mira unos marcadores, lo agarra y raya unas hojas que encuentra en el escritorio. Pinocho se acerca y lentamente lo empieza a pintar, como marioneta exclamo: “Que lindo, me encanta que me puedas pintar, me da cosquillas…me gusta”. Poco a poco va pintando con diferentes marcados todo el cuerpo, la nariz, la cara, las manos, la panza, los pies, toman otro color.

En un momento, sin querer, raya mi mano que sostenía a la marioneta. Mirándome, le digo: “Me gusta también tus dibujos y rayas”, le ofrezco la mano. Ella, contenta, garabatea por el brazo, los dedos, las uñas, señala a la mamá, cambia el marcador, dibuja el codo, la otra mano y así hace lo mismo con el papá. Todos quedamos dibujados.

Tomo el marcador, en ese instante ella abre la mano, y en la palma dibujo un redondel a la vez que voy haciendo el trazo canto una canción…” le hago una carita…y unos…ojitos…son muy divertidos…y una boquita”. La plasticidad de la escena deviene la intensidad de cada juego, los garabatos tejían una red invisible a la vez cómplice y eminentemente secreta. El tiempo compartido produce un entre al ligar la sensación corporal, cenestésica, y sensoriomotora al placer de la realización.

-Ñ-

En una próxima sesión estoy esperando que lleguen, se hace la hora, y recibo un mensajito: “Esteban, estamos un poco atrasados, llegamos en diez minutos”. Respondo: “Los espero…”. Pasan cinco minutos y recibo otro mensaje: “Estamos a unas cuadras, ya llegamos…”, ante ello le contesto: “la sesión ya empezó, cuando lleguen tienen que buscarme”, salgo a esconderme. A continuación bajo, busco un escondite a media cuadra tras un árbol. 

Tamara y sus papás llegan a la puerta del consultorio, no me ven, tocan el timbre…se fija dentro del bar que queda al lado…van para el supermercado…hablan con Tamara y escucho que dicen: “¿Dónde está Esteban? se escondió”, lo llamamos por teléfono…la pequeña sonríe. La mamá, el papá y ella siguen la búsqueda, los padres llaman por celular: “Esteban no te encontramos, ¿Dónde estás?”, respondo: “Estoy por la esquina, tienen que buscarme…”.

Riéndose, los tres, salen de la mano hacia una de las esquinas. Por el celular, seguimos conectados, exclamo: “No, es para el otro lado, estoy escondido en la otra esquina…” desconcertados, giran mirando para todos lados, le dicen a Tamara que hay que ir para el otro lado…al llegar no alcanzan a verme (había cruzado la calle y estaba en otro árbol). “No te vemos”, dice la mamá, “les doy una pista”, respondo, “estoy enfrente, atrás de…”. “Vamos”, dice el papá, Tamara no para de reír, cruzan, aprovecho para esconderme detrás de un auto. Sigilosamente se aproximan hasta que la mamá dice: “Tamara, está ahí, atrás del auto rojo”, los tres corren, me encuentran y festejan el descubrimiento. Había pasado un tiempo muy diferente a los 35 minutos cronológicos de la escena.

Cuando llegamos al consultorio, luego de toda esta recorrida, Tamara me da la mano, le digo a los papás que subimos solos y que nos esperen abajo. Llamamos al ascensor y subimos. Es la primera vez que jugamos en el consultorio sin que estén sus papás. Un cristal del tiempo secreto, intimo, sostenía el espacio de una experiencia indeterminada en la plasticidad produciéndose a medida que jugábamos en acto la ficción. 

En las escenas que analizamos el tiempo se vuelve secreto, y el cuerpo, deviene una forma en acto del tiempo. Si la historia subjetiva deja huellas a resignificar, el devenir, en camino, en su condición precaria, genera cristales donde coexisten indiscernibles, fuerzas pasadas, futuras y presentes.

Los cristales del tiempo son enigmas que crean espacios vacíos propios de una red, ella no existe ni respira sin ellos, la creación de tiempos secretos en nuestra práctica conforma un hacer donde no importa tanto el contenido ni la forma, sino la intriga enigmática nunca develada del todo. Lo insignificante de un gesto, o tal vez, lo precariamente efímero y eficaz de un entretiempo re-creados de sentidos y potencias aún a desplegar y jugar.

-O-

Los padres de Tamara me avisan que van a llegar diez minutos tarde, intuitivamente pienso en aprovechar ese instante y esconderme. Sin darme cuenta invento un secreto, sustraigo un sentido por el cual el árbol deja de serlo y deviene un refugio escondite, no es a descifrar ni a analizar, es del orden de la coacción, ellos, Tamara y sus padres se vieron envueltos llamados a jugar. Para jugar a encontrar un enigma. Mientras jugamos las repeticiones insisten, sostengo el secreto, el placer pulsionar libidiniza el cuerpo en función del juego, el jugar captura al otro. Tamara y los papás, entran al juego, por el cual esta vez inventamos lo imposible para hacer posible otra realidad en la cual Tamara no necesita de sus padres para lanzarse a jugar en el consultorio y el tiempo deja de pesar, de sufrir, para devenir un cristal donde surge una nueva experiencia. 

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